Por Miguel Ángel Martín
El cine de Stanley Kubrick (Estados Unidos, 1928, Inglaterra, 1999) es muy personal y se mueve mediante representaciones. La pantalla es un escenario donde el autor impone una teatralidad sorprendente. Toda la realidad está concentrada en ese espacio y no hay apenas lugar para intuir la existencia de lo real, más allá del territorio que contemplamos en imágenes. Stanley Kubrick sorprende, siempre lo ha hecho, con ‘La naranja mecánica’ (1971), tras una trayectoria marcada, hasta ese momento, por ‘Atraco perfecto’ (1956), ‘Senderos de gloria’ (1957), ‘Espartaco’ (1960), ‘Lolita’ (1962), ‘Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú’ (1964) y ‘2001, Odisea en el espacio’ (1968).
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Stanley Kubrick en ‘La naranja mecánica’ se mueve entre varios dilemas: Bondad-Maldad, Seguridad-Libertad, Violencia individual-Violencia institucional, como planteamientos antagónicos respectivamente. La película produjo en su momento reacciones contradictorias, principio de la década de los 70, ante el fenómeno de la violencia, teniendo en cuenta que los protagonistas de la película son adolescentes. En Inglaterra, la película estuvo prohibida su representación, en salas cinematográficas, hasta el año 2000.
El cine de Kubrick se mueve en esta película como un discurso futurista, aunque esté introducido en plena actualidad y mantiene su vigencia. Personajes al límite, en escapada, pertenecientes a un entorno familiar apenas esbozado, a través de un esquema de situaciones. La historia gira en torno a la evolución del personaje central (Alex), narrador de la historia, ante las instituciones y otros personajes. Como elemento conductor, una puesta en escena a ritmo musical, que es fundamental en el proceso narrativo de ‘La naranja mecánica’. Y una sensación final que hace de esta película un discurso perturbador e inquietante: no hay ningún personaje en esta historia con un mínimo atisbo de bondad.
La película se desarrolla en tres tiempos y un epílogo. Primer tiempo, con los acontecimientos de violencia. Segundo tiempo, el paso del joven por la prisión, “ya eres una asesino” y aquí es donde se plantean los dilemas. Por primera vez en la película comparece el rasgo de la religión, a través de un sacerdote, que no es inferior en su dialéctica agresiva a la de los carceleros, pero que también es el único personaje en defender la libertad individual, el derecho del ser humano a decidir. Tercer tiempo: el tratamiento experimental a que es sometido el protagonista para eliminar su inclinación a la violencia. La película alcanza una atmósfera singular, donde presente y futuro se funden y evolucionan como una representación musical continua. El sentido de la política, de los intereses del sistema, impone sus reglas.
Y el epílogo, el hombre sometido. El sistema controla la realidad.
(Publicado en IDEAL-Almería, lunes 12 de abril de 2010, página 21)
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