En la última revisión del Diccionario de la Lengua Española, la Real Academia incluyó voces como cultureta (“persona pretendidamente culta”, dicen), rojillo (“de tendencias políticas más bien izquierdistas”) o muslamen (“muslos de una persona, especialmente los de la mujer”) pero siguió dando la espalda al adjetivo ‘berlanguiano’.
Como una concesión al cine incluyó buñueliano, sí (“Perteneciente o relativo a Luis Buñuel o a su obra” y “Que tiene rasgos característicos de la obra de este cineasta español”, reza la página web de la institución), pero no ‘berlanguiano’. Y eso que José Luis Borau, en su brillante discurso de entrada en la RAE, hizo una firme defensa de un adjetivo al que todavía hoy le dura el luto. “Bien cabría incorporar este término al Diccionario de la Española, cual homenaje debido a quien nos ha proporcionado una visión agridulce y conmovedora de nosotros mismos, además de ser, de puertas adentro, nuestro primer creador cinematográfico”, justificaba entonces, con sobrados argumentos, el director de Furtivos.
Al final, el maestro Luis García Berlanga ha dejado esta película sin el reconocimiento oficial de los académicos de la lengua al que ha sido su gran legado, con permiso, claro, de una filmografía que deja un puñado de obras maestras: la acuñación, seguro que sin pretenderlo, de un concepto que es tan español como universal, que dibuja en doce letras una imagen ante la que sobran mil palabras.
Lo ‘berlanguiano’ es, como defiende su hijo Jorge Berlanga, sinónimo de “lo absurdo, la crueldad y la carcajada”, pero también de la ternura más desarmante, de la valentía más suicida, de la sutileza más cáustica. En lo ‘berlanguiano’ resuena, como en una enorme mascletá, el carácter guasón y levantino del director, su seductora inteligencia, esa lúcida mirada que ha dejado en cueros a la sociedad española de los últimos cincuenta años en una impagable radiografía de lo que fuimos y lo que somos, y de por qué somos.
Puede que nunca lleguemos a vivir una situación buñueliana pero todos podemos reconocernos en lo ‘berlanguiano’: en aquel frustrado sueño de recibir a los americanos al grito de ¡Bienvenido, Mister Marshall!, en el pacifista paseo por las arenas de Calabuch, en las letras que ahogan al bueno de Plácido, en el amargo camino sin retorno de El verdugo, en la conciliación de las dos Españas irreconciliables que toreaban La vaquilla.
Hace dos años, el Instituto Cervantes invitó a Berlanga a participar en la Caja de las Letras, un proyecto que busca perpetuar en el tiempo un trozo de nuestra cultura. El director aceptó la oferta de representar a su gremio pero se guardó un jocoso comodín en la manga. En la caja número 1.034 introdujo un sobre que pidió dejar cerrado hasta 2021, cuando se cumplirá el centenario de su nacimiento. Nadie sabe qué esconde: puede que un guión inédito, un fotograma perdido, una declaración de amor, o de humor, o el mismísimo mapa del Imperio Austrohúngaro.
Faltan once años para que se levante ese secreto de sumario: más de una década para defender lo ‘berlanguiano’ no sólo ante la RAE sino ante la mismísima Unesco, con todo Villar del Río solicitando al unísono que el vocablo, y su cine, sea patrimonio de la humanidad. Eso sí que sería puro Berlanga.
Evaristo Martínez,
socio de ASECAN y Jefe de Cultura de 'La Voz de Almería'
socio de ASECAN y Jefe de Cultura de 'La Voz de Almería'
Texto publicado en 'La Voz de Almería', el 19-XI-2010
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