miércoles, 19 de octubre de 2011

"ADIÓS A FERNANDO RUIZ", POR JUAN S. BOLLAÍN


La noticia de la muerte de Fernando Ruiz me llena de sentimientos contradictorios. Fue por el mail de ASECAN como me enteré de pronto, sin que tuviera previa información. He sido en Sevilla la persona que llegó a estar más próxima a él, nuestra amistad era muy especial. Ello me mueve a escribir estas líneas, empujado por Juan Antonio Bermúdez. 
Conocí a Fernando y a la que por entonces era su mujer, Ana Vila, en una sala de montaje de Tecnison (Alcobendas, Madrid), hacia finales de la década de los 70, precisamente el día que terminaba el montaje de Rocío, motivo por el que ofrecía una comilona al equipo. Yo me incorporé a la cena y tuve la oportunidad de conocer a uno de los personajes más peculiares y estrambóticos que han pasado por mi vida. Al ver la película y comprobar que enumeraba con nombres y apellidos a 40 asesinos de los aledaños del Rocío, durante la guerra civil, le expuse sinceramente que me parecía innecesario dar nombres y apellidos (para eso estaban los jueces, le dije) y que se iba a meter en un lío que le llevaría a ninguna parte, como realmente ocurrió. 
Quien conozca mi trayectoria, sobre todo de corto y medio metrajista, sabrá de mi andar por la cuerda floja de la legalidad. No obstante pienso que cuando se desafía al poder establecido hay que calibrar la necesidad concreta de hacerlo y el alcance y consecuencias que ello pueda tener, para medir en cada caso si merece la pena. Fernando no estaba para calibrar nada, él gritaba, reía y me abrazaba. Esa era su contestación a mis observaciones. Luego todos sabemos lo que pasó. 
A partir de ese día seguí muy de cerca toda su aventura vital hasta que pude, porque ser amigo de Fernando no era fácil. Creamos ECA (Cooperativa de Cine Andaluz), en la que luchamos varios años junto con gente como Nonio Parejo, Vitor Estevao, Manolo Perales, Berta Moreno, Muir Wessinger, Cuco Figueroa, Ana Vila… Esta última –guionista de Rocío y ex de Fernando– trabajó posteriormente como jefa de producción en numerosas películas mías. 
Fernando Ruiz fue el inspirador de mi primer largometraje Las dos orillas. Utilicé en esa película su barco Mar de Terranova, comprado con mi aval y el de Jaime Montaner, barco que durante mucho tiempo él mismo con sus propias manos (de obra), se encargó de convertir en vivienda para habitarla flotando junto a la Torre del Oro, en una época en la que aun no existía tanto trasiego de navegación para el turismo. Ya andaba él fugitivo de la ley y sin recursos. Se refugió en Punta Umbría para poner a punto su bonito barco, el mismo que se ve en mi película. 
Fernando era posiblemente la persona más generosa que he conocido. Lo que pasa es que pocas veces podía demostrar esta virtud, pues nunca tenía absolutamente nada para dar. Y entonces tal virtud se volvía en tu contra porque pronto te encontrabas enredado en peticiones realizadas con la ingenuidad y la limpieza del que pide lo que él mismo estaría sin dudarlo dispuesto a dar, si lo tuviera. Y como era tan entrañable y seductor –a su original y arrebatadora manera– te enredaba en conflictos difíciles, pues decirle que no siempre terminaba engendrándote una gran culpabilidad. 
Un día me llamó desde Almería a las dos de la madrugada, gritando entusiasmado que en unas pocas horas estaba en Sevilla con seis personas maravillosas que acababa de conocer y que me las traía para que las conociera yo también y para que durmieran en mi casa… Ese día estuve rápido y lúcido en mi contestación (“no os abriré la puerta” le dije secamente), pero no siempre ocurría así. 
Hablaba portugués, catalán, andaluz, y algo de francés, pero todo mezclado, de modo que era difícil entenderle. Si eso lo llevaba al papel el caos era total, pues apenas sabía escribir y lo hacía generalmente todo en mayúscula, con textos muy difíciles de interpretar. De esta manera las búsquedas de financiación de sus proyectos resultaban verdaderamente heroicas, poco a poco iba integrando a sus amigos que terminaban quemados. 
Hace un par de años le vi en Sevilla por última vez. No mostraba aparentes síntomas de la enfermedad que le ha matado (al parecer un enfisema pulmonar, no lo se con seguridad). Andaba intentando levantar una película en Portugal sobre el wolframio. Me pidió ayuda y me invitó a unas vacaciones en la casa donde vivía emboscado en el país vecino. Le di largas y eso ahora me pone muy triste. Aceptar una invitación a su casa hubiera supuesto el inicio de una relación que se complica rápidamente y de la que resulta dificilísimo escapar. Cuando nos despedimos  –yo aun dejé abierta la posibilidad de aceptar su invitación, sobre todo para que no insistiera–, él me voceó en plena calle: “¡¡¡Juanito!!! ¡A ti y a mí solo nos ha faltado acostarnos juntos…!” 
No supe más de él, ni volví a verlo más. Cuando Juan Antonio Bermúdez me dio la noticia de su muerte, me quedé absolutamente paralizado y se me agolparon las sensaciones más dispares. 
Pero si me he movido a escribir estas líneas es por ayudar a dar una imagen más auténtica de Fernando, una imagen que por supuesto supera con creces a la que nos pretenden dar desde la prensa o Internet. Dicen de él que es una víctima de la censura y a partir de ahí trazan una épica imagen de mártir por la causa. Creo que se equivocan, aunque su trayectoria hace fácil esa interpretación superficial. Y queda muy periodístico. El verdadero enemigo de Fernando era él mismo. Era demasiado grande y carecía de la preparación necesaria, de la educación adecuada, para adaptarse a una vida que le amordazaba sin que él pudiera controlar nada. 
Creo que alguien está trabajando en un documental sobre él. Confío en que no se deje llevar por lo fácil. Será la única manera de poder llegar al Fernando más emocionante. Y más auténtico.

Juan S. Bollaín (cineasta y socio de ASECAN)
Sevilla 18 octubre 2011

1 comentario:

  1. En la película no aparecen en ningún momento los nombres de 40 asesinos, sino de 40 asesinados, que no es lo mismo. El nombre del asesino se omite con un pitido y su rostro se cubre con una franja negra. Fernando Ruiz padeció un verdadero calvario por causa del proceso judicial contra su película: traiciones, amigos que dejaron de serlo y miraron para otro lado y truncó en buena medida su proyección. Así lo ha contado en innumerables ocasiones en los últimos años como consecuencia del "renacimiento" de la película en el ámbito del movimiento de la recuperación de la memoria.
    Saludos,
    Ángel del Río

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