Luis G. Berlanga en una escena de Días de viejo color (Pedro Olea, 1968) |
Las risas todavía se recuerdan en el teatro Cervantes. Cansado de homenajes -o alérgico a ellos por la edad-, Luis García Berlanga se dejó querer en el VIII Festival de Málaga-Cine Español porque lo pillaron en un renuncio con título de película: 'El verdugo' (1963). Aquel clásico indiscutible que retrataba con voraz sutileza la crueldad de la dictadura franquista inauguró los galardones a la Película de Oro y con esta coartada el certamen malagueño agasajó al auténtico protagonista del evento que con socarronería respondía: «Me gustaba mucho el festival, pero veo que empieza a deteriorarse porque le dan premios a tipos como Berlanga».
La provocación siempre formó parte de la filmografía y la vida de este «tímido solitario», como se autodefinía Berlanga. Desde la divertida e irónica 'Bienvenido Mr. Marshall' (1953), la polémica y el escándalo lo acompañó película tras película. Y también la censura, que mutiló muchas de sus cintas pero no impidió que nos dejara títulos que, vistos hoy día, parece imposible que se rodaran en plena dictadura: desde la crítica a la sociedad vista desde el motocarro de 'Plácido' (1961) al garrote vil del entrañable Pepe Isbert convertido por exigencias del hambre en 'El verdugo'. Después hizo otro tanto con la democracia en su descacharrante trilogía 'Nacional' y nos dejó la que cerraba una gran obra, 'La vaquilla' (1985), metáfora de las dos Españas, que se ríe con lágrimas de las torpezas y contradicciones de unos y de otros. Dirigió algunas películas más, pero la esencia de su legado ya lo había rodado en inolvidables planos secuencia, la marca de la casa. Si quitaran los títulos de crédito, sus películas se podrían adivinar con sólo visionar diez minutos de metraje. Y es que el cine de Berlanga tenía sello propio. Allí están todas sus obsesiones, desde el fetichismo a las debilidades humanas. Lo berlangiano es una marca cinematográfica que en el cine español sólo ha conseguido igualar lo buñueliano y lo almodovariano.
Valenciano practicante desde Madrid, el cineasta fue además buen amigo de sus amigos. Tanto que incluso debutaría como actor para echar una mano al cineasta Pedro Olea y al productor malagueño Luis Mamerto López-Tapia. Se vino hasta Torremolinos para encarnar a un traficante de drogas extranjero con debilidad por los cómics y los polos Lacoste que intenta que unos estudiantes de vacaciones le hicieran de transporte para un alijo de porros. La película se tituló 'Días de viejo color'(1968), un retrato de la modernidad que entraba por las costas de Málaga con su 'boom' turístico. Allí estaban Los Brincos -Juan Pardo y Fernando Arbex-, Massiel haciéndose notar con un baile, Luis Eduardo Aute cantando en francés en La Gamba Alegre. La cinta era lo más alejado del cine berlangiano, si no llega a ser porque uno de los personajes lo interpretaba el propio Berlanga. Con acento americano de pacotilla, su personaje no pasó a la historia del cine pero provocaba con sólo escuchar su nombre: Mr. Marshall. Un autohomenaje que ya avanzaba que su obra sería como un plan Marshall para el esquelético cine español del franquismo.
Francisco Griñán, socio de ASECAN
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